jueves, 4 de septiembre de 2008

El hombre que buscaba una princesa.


El creyó que ella era una de esas princesas encantadoras que vivía en un castillo enorme, rodeada de flores e historias de hechizos y caballeros fugaces…Compartió con ella prolongados almuerzos, cenas inolvidables, abrazos interminables y profundos, risas y un poco de cariño. El lo creyó por un tiempo, hasta que ella, rompió el encanto con un beso… y a partir de ese momento, el comenzó a mirar con ojos reales, que ella no era una princesa. Ella era tan simple y real como el.
Pero sucede que el necesitaba una princesa, que fuese irreal, domesticable y feliz. Una princesa bella pero insípida, inmutable y romántica. Todo fue culpa de aquel beso. Un beso te puede llevar a la gloria o encerrarte en el infierno. Tu propio infierno. Si ella no hubiera entregado aquel beso, hubiesen continuado los abrazos, las horas compartidas y el cuento de hadas… pero ella nunca seria lo que realmente es: Una mujer en blanco y negro, imperfecta y muy lejos de tener un castillo, pero con algo latiéndole en su lado izquierdo: un corazón adorable.

3 comentarios:

Arlena dijo...

Me gusta, me gusta, escribe, escribe...

Cubanita dijo...

OOOOOHHHHRRRRAAAAYYYYY!!!! que mal esta EL!!!! me encanto,sigue asi.xoxo.

CREA dijo...

Maite, querida:
Acordarse del mal que nos han hecho es exponerse a sufrir dos veces. Olvidemos pues. Como los culpables de nuestros males se absuelven generosamente (tan rápido como tan culpables), la amnesia pronto será general. El mal es un deshecho radioactivo: lo mejor es que lo fundamos en cemento y lo enterremos en el fondo del mar. Es todo lo que el mal merece. Como no podemos evitar que haya existido, al menos procuremos que no exista más. Mientras menos huellas hayan de él en la Tierra (y por ende en nuestras conciencias), mejor será.