lunes, 15 de septiembre de 2014


“¿La buena Fe?”
Yo fui una de las que pidió, a través de sus canciones que “No jugaran con mi soledad” o incluso, pude “Soñar en azul” escuchándolos. Una década más tarde, tristemente ya no les siento “La buena fe”. Ayer, alguien me hizo recordar que soy una de esas tantas muchachas, que rechazan los regímenes y por consecuencia, a todo lo que se les relacione o trate de proclamar y peor, aplaudir.
Fui a ver a Buena Fe, en su primera visita a Miami; iba buscando una etapa de mi vida, de joven amante de las buenas líricas y los sonidos diferentes al mensaje retórico. Confieso que fue muy leve mi emoción, que no lograron tocarme el alma; pero aun así los seguí escuchando. Siempre he intentado separar las cuestiones políticas de las artísticas; respetar a un García Márquez o a un Mandela por sus obras, no por sus amistades. Creo que por cuestión no sé si de edad, no sé si de madurez, no sé si de principios o de respeto a esta mujer que soy y que por razones políticas, profesionales y personales, ha tenido que estar separada de lo que más ama; en resumen, a causa de aquellos a los que “la buena fe”, defiende.
Hoy me cuestiono si pudiera, aun así, seguir aceptándolos y dándoles “play” en mis espacios de música. Creo que tendría que ser muy irrespetuosa conmigo misma, para llegar a hacerlo. De un tiempo a esta etapa de mi vida, siento que cada vez me decepciono más con lo que viene de mi isla, en ese supuesto intercambio cultural que no es nuevo para todos, que está muy lejos de ser recíproco.
Lo siento, me encantaba Buena Fe. Descemer Bueno me conquistó el corazón con bellísimas canciones, pero ya no hacen “Tun tun” en mi alma. Soy parte de un rebaño que no va a atender al llamado. No puedo aceptar que alguien venga a restregarme en la cara que es “revolucionario y afecto a un apellido que detesto”; aunque viva yo, incluso en una sociedad democrática que sí respeta su constitución.
No lo puedo aceptar, porque lo están expresando hombres que sí han tenido la oportunidad de escapar de cuatro paredes, del muro del “Truman show” y saben cómo en realidad son las cosas, cuanta pobreza, destrucción, miseria, desesperanza y dolor, cuanta muerte y falta de libertad hay en esa Cuba que ellos defienden. Defender la patria es algo muy diferente a vitorear a lo que hace daño a millones de hermanos y aprovecharse de la posibilidad que les ofrece esta nación, para llenarse los bolsillos y luego gritar “Que viva Fidel” (No importa si se joden los cubanos) Ya no acepto la teatralidad con justificaciones de un embargo. Ya la utopía sentimental no me ciega, no me interesa. Creo que se les empañó el jodido catalejo y yo, para ellos, a partir de hoy tengo el corazón en el lado derecho del pecho.

viernes, 27 de diciembre de 2013

El Canje


El vidente lo dijo. El mismo hombre que predijo la enfermedad de mi madre, también adivinó mi futuro, en junio de 2004: “Este 31 de diciembre estarás en territorio estadounidense”. Una vez más mi incredulidad dudó. Yo, sin planes en lo absoluto de emigrar y sin posibilidades concretas de poder hacerlo; pero así, como dijera el vidente, sucedió.
Quizás fue su clarividencia o tal vez mi súplica ante aquella estatua de La Milagrosa, durante mi visita a  aquel convento en el que las monjitas pasaban sus últimos días, cuando ya habían cumplido su labor caritativa y religiosa en República Dominicana. No recuerdo haber llorado tanto como aquel día. No sé si por el impacto con la misericordia de Dios, reflejada en el rostro de aquellas mujeres o por la incertidumbre sobre mi futuro en aquel país. En República Dominicana, lloré mucho; fue la última vez que lo hice, cuando asistí a una misa religiosa. Incluso, creo que fue la última vez y punto.
Lo cierto es que así fue. El 31 de diciembre de 2004, crucé la frontera desde Matamoros hasta Brownsville y pisé tierra americana. Allí comenzó el canje. El intercambio entre felicidad y materialismo. El indulto a mi libertad, a cambio de seis días detenida en un refugio federal. El trueque que a partir de ese momento, me ofrecería una emancipación real.
Ha sido un canje con privilegios, eso sí. Conocer Disney World y mirar abismada el lujo rojo de la Navidad, no con un nudo, sino con un cincel tallando la garganta. Un canje que no ha admitido nunca,  llegar  hasta el alma.

El canje es la respuesta a los abrazos que se pierden en mi vacío. Es descifrar cada uno de mis existencialismos cuestionados. Es darle un sentido a la tristeza, a las velitas multiplicadas de todos los cumpleaños de mis sobrinos, en los que no estuve y en las canas de mis padres que no he peinado. Es el por qué de mi realidad. Y así sigo, como mi cuento de la mariposa, que soñaba con encontrarse con el horizonte; haciendo canje con la vida.   

martes, 8 de octubre de 2013

Realidad e impermanencia.



El primero en marcharse fue el abuelo. Un día decidió que debía tomar un barco que lo estaba esperando, para irse a España. Fueron muchas las ocasiones en las  que lo sorprendimos cruzando el muro del portal o que tuvimos que persuadirlo para que no se escapara de madrugada. Por más que insistimos en que no había tal barco y que nadie en la Madre Patria lo esperaba, él no abandonó su idea. Quizás lo agobiamos tanto, en nuestro empeño de cuidarlo, de protegerlo de aquella aventura “Alzheimeresca”, que por eso, un día, decidió dejar de respirar y cumplió parte de su objetivo: irse. No nos dijo a dónde esta vez; yo estoy segura que fue al cielo, el abuelo era un hombre muy bueno.
Poco a poco fueron marchándose algunos primos, emigraron a otras partes de la isla, a las ciudades que les permitirían una vida algo más libre y mejor. Después fueron los tíos; a algunos no les alcanzó mucho la vida y no creo que se hayan ido porque querían. Mima ha sido la última en decir adiós, ella sí estuvo en pleno acuerdo de irse y a pesar de que todos creímos que después del abandono del abuelo, ella no lo soportaría, decidió quedarse por catorce años más, junto a nosotros.
Yo me fui hace ocho años; me fui, incluso de mí misma. Todos, de alguna forma, hemos tomado un destino que nos aparta del pasado, de lo que fuimos. La dialéctica de la vida, esa realidad del adiós, inevitable, me aterra. Todos somos víctimas de la “impermanencia”, de la inmisericorde carencia de eternidad.
 

Tactilmente táctica.


Porque la gente anda como en un cañaveral, cortando a diestra y siniestra sin detenerse a escoger entre verdes y maduras... Maite (a la que le dicen Luna)

El tacto... ¿Qué es? Del latín “tactus”, el tacto es uno de los cinco sentidos básicos de los seres humanos (junto al gusto, el olfato, la visión y la audición). Se trata de aquel que permite percibir sensaciones de contacto, temperatura y presión. La noción de tacto también se utiliza en sentido simbólico para hacer referencia a la prudencia que se necesita para tratar (“tocar”) un asunto delicado. Tacto es una de los términos comúnmente usados y penosamente poco interiorizados

 (A excepción de los rectales y vaginales, que son interiores ) Y es que a la gente tristemente no le alcanza la sensibilidad de tener en cuenta ínfimos detalles que lejos de dar paz, generan duda y desconcierto, aun en los seres humanos con mayor fortaleza y seguridad espiritual... Tacto señores!!! No cuesta más que detenerse un segundo y pensar!!! Que los demás están en el hoy de un ayer que no existe y que será mirado desde el mañana como el ayer del hoy... Voy a dormir... Me duele el tacto de mis dedos.

lunes, 7 de octubre de 2013

“Ser” universal.



 
“Descubanizarse”, no consigo dejar de pensar en el término con el que evoco grotescas imágenes de un hombre clavándose la estaca de madera, para arrancarse la necesidad innata de morderse a sí mismo o en pleno despojo espiritual de ese ente oscuro que lo persigue. ¡Vade Retro “Cubanás”, líbrame de este mal!
Escribir, no significa plantearse un código genético o inocularse una proyección literaria. Se escribe por impulso, por necesidad de expresión, a menos que sea por encargo.  Dejar de ser, alienarse en un universo desconocido, porque resulta conveniente; no se traduce para mí, en otra cosa que en oportunismo. “Descubanizar” una  expresión literaria: una necesidad que confunde renunciar a la autenticidad, con desprenderse de vicios.
Me entristece, me espanta ver a un grupo de coterráneos en penosa pugna por el pasado, esa etapa que parece adherírseles de mala entraña, adictivamente  escondida en el alma, corroyéndoles la posibilidad de cambiar lo que fueron ayer, de ser felices, de darle un vuelco a  la perspectiva, de generar un  rumbo diferente por el que abandonaron su tierra. De olvidar un poco esa fauna selvática que quedó atrás.
“Descubanizarse” no debería significar dejar de ser, sino  renunciar a esa escala degenerativa, a los rezagos y traumas de los desfiles, de los trabajos voluntarios y las reuniones de “compañeros” charlatanes; de los discursos de dedos parados y retórica indeseable. Desprenderse de esa escritura Orwelliana, que desemboca en una  versión mediocre, simplona, cantinflesca, burda.
 Prefiero cubanizar mi realidad, multiplicándola a cada segundo en este universo, sin renunciar a mi identidad en alguna  de mis proyecciones. Soy cubana, luego, si se puede,  del universo.

 


miércoles, 24 de julio de 2013

Llena tu memoria, paga lo que debes.


                    

Pagan por emerger en un hueco de censura ideológica.  El precio es alto, pero no importa, vale más estar en consonancia con el mundo exterior, que hasta el plato de comida que no llega a la mesa. Sentados, familia en casa, sin los miedos de ayer, disfrutan de copias gastadas de telenovelas, musicales, películas. Mientras más información se recibe desde el norte , más caro se paga. Memorias, mp3s,  mp4s, cualquier soporte que pueda inocularsele al DVD, es bienvenido. 
Así se trafica, de mano en mano, de bolsillo en bolsillo, el mundo prohibido para los cubanos. Del otro lado del televisor, el régimen repite la manipulada programación, que a muy pocos les importa. No cuenta si los shows que se compran en el mercado negro son de buena factura o si marcaron  medio punto de rating en sus canales, el deseo de sentirse “ser humano libre de ver lo que se le antoja”, es más fuerte. 
Es la penosa realidad de unos entes vivientes, ajenos por dictado gubernamental , a la realidad. Es la era capitalistoide de los Castro, la salvaje segunda parte o versión mejorada de un comunismo admitidamente  obsoleto. Una economía que mercadea necesidad y carencias, que conjuga el verbo “Aprovechar", en todas las personas, números y tiempos. Un modelo de supervivencia salvaje, que apocopa y destruye la esencia humana, porque lo que sirve, lo que vale, lo que cuenta, es sobrevivir.  No importa si comerás mañana,  comprar 8 Gigas de programas de afuera, es lo que se necesita  ahora, llena tu memoria y paga lo que debes.

miércoles, 3 de julio de 2013

LA INSALVABLE.


“Dios te salve, Cuba, desde la súplica de un “Padre Nuestro” hasta la simbiótica esencia de cualquier deidad. No importa, sólo importa que te salves.”

Me reencontré con ella. En realidad, me reencontré conmigo misma; con lo que fui por más de veinte años y que permanece intacto en mí, inexorablemente, increíblemente, desafiantemente. Nos miramos, nos reconocimos, pudo parecer la letra de cualquier canción, hecha imágenes. Pudo incluso semejarse a la puesta de cualquier obra teatral; pero no, aquel momento fue único, fue nuestro: Me reencontré con ella.
Ella fueron los ojos y el abrazo de mi angelical madre, de mi suprema madre. Ella fueron las nalgadas y las emociones contenidas de mi padre, por miedo, por machismo: “Porque los hombres no se rajan”.
Ella estuvo en el desprendimiento de ese ente “tempánico”en el que me convertí por casi siete años, en el abandono de mi alma ante el magnífico abrazo con la gente, con mi gente.
Mi ausencia no valió de nada para salvarla. La lejanía no hizo mella en el desgaste, no sucumbió en la tendencia involutiva, en los edificios gastados, destruidos; en la carencia inmisericorde, en el surrealismo tan real que duele hasta los huesos. Mi ausencia no consiguió que se salvara de la tristeza, de esa necesidad casi idiosincrática de huir, a donde sea y como sea, pero huir. Esta separación no contuvo represiones ni repudios, no pudo cercenar las rejas de los castigados. Tampoco derrotó la ignorancia y la enajenación.
Me fui noventa millas y fueron siete años… y ella aún sigue sin salvarse.