miércoles, 5 de junio de 2013

Últimos días del comienzo.


Yulia caminaba apresurada entre el tumulto de gente que al igual que ella, lejos de sentir dolor o compromiso, quería escapar, pero no se atrevía a hacerlo. Por más de medio siglo no conocían otra cosa que el miedo ante la rebelión y el castigo a lo que esto conllevaba. La adoración dogmática se había convertido en algo común y difícil de abandonar.
 La Plaza de la Revolución era la misma que ella había dejado siete años atrás, pero ese día estaba oscura, no sabía si era el clima o si de repente se abriría el cielo en dos, como en un pasaje bíblico que regresaría a la vida, a once millones de crucificados. Aún pudo escuchar gritos recurrentes y la retórica manipuladora de algún discurso dictatorial. La habían enviado de urgencia en un vuelo de Taca hacia La Habana. Viajaba únicamente acompañada por su camarógrafo y una pequeña mochila con lo que alcanzó a recoger en su casa.
Fidel Castro había muerto. Yulia había pasado años pensando en aquel momento, en qué decir, en cuál sería su reacción al conocer la noticia. Aquel 25 de abril de 2012 se dio cuenta de que todo lo pensado y planificado estaba de más. La mezcla de odio y rechazo hacia aquella persona a la que la habían obligado a adorar venerablemente durante buena parte de su vida, era como un volcán erupcionando a diestra y siniestra en todo su yo.
Logró hacerse hacia una esquina donde tendría mayor visibilidad. Desde allí conseguirían buenas imágenes y quizás alguna reacción de un cubano con la valentía de hablar lo que pensaba.
El féretro aún no estaba a la luz pública y los medios oficialistas sólo repetían un mensaje luctuoso. Las escuelas no abrieron sus puertas y los niños  permanecían en casa aburridos y un poco ajenos a lo que estaba sucediendo. En los centros laborales, los funcionarios dictaban las últimas medidas del Partido para mantener la calma. La gente comentaba en voz baja; unos, se encerraban para dar gracias a Dios sin que los guardias apostados en cada esquina los vieran. No faltaba uno que otro atrevido disidente gritando alguna consigna y algún que otro anciano desdentado llorando porque “Se murió Fidel”.
En el Palacio de la Revolución, Raúl Castro con una parálisis facial, dictaba el discurso gastado y falso de que “Fidel siempre estará entre nosotros”; mientras dos de sus yernos se miraban conspiradores, pensando en el golpe de estado que tenían planificado para las próximas horas.
Finalmente, Yulia recibió una llamada a su celular. El dictador sería velado en una ceremonia que duraría una semana en la Plaza de la Revolución, pero no se hablaba de entierro. La idea de la taxidermia comenzó a correr en un murmullo que aún no estaba confirmado, pero que evidentemente seria la estrategia más probable para mantener la imagen del Gran Comandante vigilando eternamente. El velatorio no comenzaría hasta las primeras horas de la mañana así que Yulia contaba con tiempo para tomar imágenes. La agobiaba  una necesidad imperiosa de irse al malecón y sentarse a contemplar la realidad involutiva de la sociedad cubana, de la que aún se sentía parte; pero hacerlo era peligroso dada la fuerte vigilancia que se había incrementado en los últimos minutos.
De repente se sintió protagonista de una historia Orwelliana y su sentimiento se agudizó cuando un helicóptero negro empezó a sobrevolar con un altoparlante que chillaba una y otra vez  el discurso de “Patria o Muerte: Venceremos”, en voz del difunto dictador.
Optó por marcharse con su colega al hotel. Aquella noche fue imposible dormir tranquilamente. A las seis de la mañana ya estaban en pie. Era necesario reservar un buen sitio para grabar y la prensa internacional se había convertido en una jauría incontrolable, incluso para la policía. La suerte, su compañera de carrera, les permitió hallar el ángulo perfecto por donde llegaría y luego se colocaría el féretro. Desde allí debería transmitir en vivo la ceremonia que increíblemente mantenía, en vilo,  a gran parte del planeta y al exilio y sus representantes, preocupados y expectantes.
 Un fuerte rumor de que el gobierno norteamericano finalmente se desentendería del conflicto cubano los preocupaba tremendamente. Se decía que ya los demócratas habían propuesto que se eliminara el apoyo gubernamental a cuanta organización o institución anticastrista existiese en el país, pues el déficit presupuestario estaba a punto de explotar por la crisis y al morir Castro, ya no tenía sentido tanto gasto.
El ensombrecido desfile finalmente comenzó:
“En un despampanante despliegue militar, los restos del dictador Fidel Castro están siendo  llevados a la explanada principal de la Plaza de La Revolución en La Habana. La octogenaria cúpula oficialista y mandatarios de varios países latinoamericanos rodea en estos momentos a quien fuera su figura principal por más de medio siglo y al parecer tienen intenciones de hacer algo parecido a un ritual de guerra…” 
Yulia, para sorpresa suya había podido contarle a la audiencia de su noticiero en Miami, lo que estaba sucediendo, sin que los nervios y el rechazo la traicionaran. Durante los próximos días, tuvo la oportunidad de entrevistar a varias personas y conocer gente interesante en todos los aspectos. Consigo se llevaba (Si no la traicionaba su suerte), buen material para su serie “Últimos días del comienzo”. Su recién concluido  reportaje informaba sobre la decisión del gobierno de enterrar al ya pestilente desde años atrás, cadáver de Castro; pero una llamada la dejó boquiabierta. No podía creer que en Miami, líderes del exilio y varios congresistas, reclamaban al gobierno castrista, que los tuvieran en cuenta para decidir que hacer con el “dictadaver”. En una larga carta enviada a Raúl Castro, exigían que se contara con ellos porque se sentían terriblemente víctimas del régimen que había implementado el fallecido mandatario. En la segunda parte pedían algo increíble: Que se le hiciera la taxidermia y el dictador permaneciera a la vista de todos, como recordatorio del daño que le había ocasionado al pueblo cubano. A cambio, exigirían al gobierno de Washington que levantaran el embargo y se concediese la libertad a los cinco espías.
En otra carta enviada a la administración de Obama y con firmas exiliadas, solicitaban que se mantuviese el apoyo a la lucha anticastrista, porque un criminal así era difícil de perdonar y llevaría tiempo y esfuerzo conseguirlo. Una delegación del exilio, tendría como misión, cada mes, viajar a la isla a gritarle improperios a la urna en la que descansaría el barbudo. Anualmente se realizaría el Congreso Anticastrista y cada domingo, cubanos escogidos, residentes en Miami, deberían marchar en la plaza de Cuba, para recordar el doloroso holocausto del pueblo cubano. Todos estos eventos serian subsidiados por el gobierno norteamericano y deberían ser transmitidos por Radio y Tv Marti.
“Y finalmente la controversia por el destino del cadáver del dictador Fidel Castro, terminó concediéndoles el deseo al exilio cubano. El régimen de La Habana, accedió a embalsamar a su Gran Jefe. Tres médicos rusos y un norcoreano, realizaron el proceso que conservaría la famélica pero amenazante figura de Castro” Soy Yulia Luna, para Noticias….
Yulia regresó a Miami. El hálito de sorpresa no la abandonaba. En varias vidrieras del Aeropuerto Internacional, estaban a la venta souvenirs con “Aplanadoras anticastristas” y camisetas con letreros de “Repudio al Cadáver”. Cubana de Aviación anunciaba aumentos en las tarifas para volar a Cuba y una marcha en la Calle Ocho, reafirmaba que: “La lucha continuaría”.