miércoles, 14 de enero de 2009

Una mujer, el tren y una botella de vino.


Para J. B. por la inspiracion.

Ella se sacudió el cabello arremolinado de gitana en celo, buscando vaciar su mente de ideas. Miró a la estación vacía y comprobó que su tren, una vez más, se había marchado. Con un halito de angustia ya intrínseco a su realidad, buscó el banco de madera, tallado por Penélope millones de veces. Acomodó sus cuerdas y una a una fue atándolas desde sus zapatos hasta los tornillos del piso, cuidando de que el viento no se la llevase como aquella vez en la que fue a parar a los pies de aquel imbecil que le destruyó su castillo de arena. Se estiró a la larga, fundiéndose a las tablas del banco magistralmente, como si de él hubiera nacido. Quedó cara a cara con las estrellas. Las contempló con los ojos cerrados y rió enloquecida. No las voy a mirar… ya me las se de memoria, todos los días, la misma cosa. Una vez más… Mhh, una vez más… Debería pasar la noche allí… como tantas otras, esperando a su tren… andamiaje de hierro, único trasporte hacia su yo, que siempre llegaba, cuando le daba la gana, no cuando ella necesitaba.
-Pero no hay trenes sin pasajeros!!! Me oíste?? -Gritó sin conseguir que el guardián de la estación, dormido en el pasado la escuchara.- Y aunque llegues cuando te parece, yo se que tu también me esperas!!!
Y volvió a reír… pero se incorporó sobresaltada con el roce hiriente de una mano en su rodilla:
-Hola mujer… yo también lo estoy esperando.
Ella se cubrió los ojos para ponerle figura a aquella voz. La lámpara de luz de neon, la encandilaba. Era un tipo delgado, de nariz afilada y piel bronceada, con un pañuelo en la cabeza, unos mahones mullidos y una botella de vino en las manos:
-Quieres un poco?
Ella respondió a medias:
-Me va a quitar el frío...
Y se prendió a la botella. Liquido caliente, que la recorrió como catarata enfurecida, desde el dobladillo de su falda negra, el contorno de su cuerpo helado , despertando sus pechos dormidos, hasta llegar a las costuras de sus botas, … una dos, tres veces bebió de el… Dame más… quiero… y se entabló una lucha amistosa por conquistar la sima* de aquel recipiente bendito. Así estuvieron horas, hurgando con palabras las historias de sus vidas, sus secretos y sin permisos previos se abrieron a la oscuridad en un mar de confesiones, de piel, de augurios y de tristezas… hasta que se terminó el líquido y rompieron exhaustos a cruzarse los caminos, con los pies sangrantes, pero con el alivio de acabar la espera. Amaneció tras el sonido doloroso de una mole herrumbrienta, encabritada, anunciándose. Pasaron cinco, hasta completar 20 minutos. Entre los rieles, aferrándose a un futuro improbable, un tren espera la llegada de dos pasajeros perdidos.

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