Poco a poco fueron marchándose algunos primos, emigraron a otras partes de la isla, a las ciudades que les permitirían una vida algo más libre y mejor. Después fueron los tíos; a algunos no les alcanzó mucho la vida y no creo que se hayan ido porque querían. Mima ha sido la última en decir adiós, ella sí estuvo en pleno acuerdo de irse y a pesar de que todos creímos que después del abandono del abuelo, ella no lo soportaría, decidió quedarse por catorce años más, junto a nosotros.
Yo me fui hace ocho años; me fui, incluso de mí misma. Todos, de alguna forma, hemos tomado un destino que nos aparta del pasado, de lo que fuimos. La dialéctica de la vida, esa realidad del adiós, inevitable, me aterra. Todos somos víctimas de la “impermanencia”, de la inmisericorde carencia de eternidad.
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