Fierro despertó una
gélida mañana del verano pasado. Reparó en que la ventisca se había instalado
entre las esquinas de sus ojos y el borde negro grisáceo de sus espejuelos
protectores. Desde su tímpano izquierdo, crecía perfecta una enredadera de
alambre dulce, a la cual se aferraban con miedo sus audífonos para aislar el
ruido. Abrió la boca y la recorrió
diente a diente con su lengua serpentina; comprobó que estaban intactos. Tragó
saliva mezclada a herrumbre y humedad. Un eructo proveniente del humo de
cigarros milenarios estremeció su tórax, hasta chocar y difuminarse entre las
paredes de su cuarto. Dos piernas violáceas y cansadas, asimilaron por inercia
un primer paso. Tenía uñas en los dedos de sus pies y no tuercas: sucias,
encorvadas de lo largas, pero uñas. Una cicatriz en su clavícula asomó al mundo
de sus manos enguantadas entre extrañeza y olvido. Desde el fondo de su cerebro
fragmentado pero aún con materia suficiente brotaron tres preguntas mudas: ¿Quién
soy?... ¿Por qué estoy aquí?...¿Tendré Amnesia? Cansadamente fue despojándose
de sus guantes, luego vinieron a astillarse al piso aquellos pesados espejuelos
y, aunque sangraron, sus dedos afilados sirvieron para cortar el alambre que lo
emancipó de los horrendos audífonos.
Comprobó que no estaba mudo como había pensado
por aquellos largos ocho años. Se recorrió despacio: recovecos, poros,
pliegues. ¡Aquello era piel!!! Estaba intacto aún, pero ¿de qué? ¿De sí mismo, del mundo, del
tiempo? No sabía: Intacto!
Un ruido ensordecedor, pero conocido lo sorprendió en forma de latido, venía desde sus adentros. Por una hendija de su lóbulo izquierdo observó un macro corazón luchando por gritar sangre, sangre que devino en un líquido salado que le inundó la córnea. ¿Quién soy?... ¿Por qué estoy aquí? A unos pasos de su yo, yacía un libro blanquecino, impasible y dormido.
Un ruido ensordecedor, pero conocido lo sorprendió en forma de latido, venía desde sus adentros. Por una hendija de su lóbulo izquierdo observó un macro corazón luchando por gritar sangre, sangre que devino en un líquido salado que le inundó la córnea. ¿Quién soy?... ¿Por qué estoy aquí? A unos pasos de su yo, yacía un libro blanquecino, impasible y dormido.
Fierro se acercó con
sigilo, dispuesto a darlo todo, a conquistar aquel territorio de papel. Lo
palpó con el temor del hombre que descubre la realidad de una virgen y trazó
con sus dedos, caminos sobre el polvo inerte de la cubierta. Una página, dos,
diez, mil…Imágenes, dolor, gloria: ¡Respuestas! El mundo no era de metal. La
luz no era de hielo y él ¡ Era un Hombre!!!! Era un hombre, mezquino, y
bondadoso envidioso y seguro, ladrón de sus propias mentiras, fiel y profundo…
tantas cosas: Hombre, tantas cosas: Hombreeeeeeeee!!!!!
Su grito descompuso el silencio hiriente, fracturando en tres, el espejo que lo observaba desafiante. A sus espaldas, una guitarra acunaba un cuerpo de mujer, sobre las hojas arrugadas de un cuaderno... Fierro despertó del teatro metaloide que había sido su vida y se parió una musa.
Su grito descompuso el silencio hiriente, fracturando en tres, el espejo que lo observaba desafiante. A sus espaldas, una guitarra acunaba un cuerpo de mujer, sobre las hojas arrugadas de un cuaderno... Fierro despertó del teatro metaloide que había sido su vida y se parió una musa.
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